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La importancia de comunicarse (bien)

Parece que todas las personas sabemos comunicar, ya que lo hacemos desde que nos despertamos hasta que nos acostamos. Por teléfono, email, Whatsapp, Instagram, Facebook, Twitter, Snapchat, Twitch, TikTok, etc. Y cara a cara. Comunicamos aunque no queramos hacerlo, como afirman Paul Watzlawick y colaboradores en la Teoría de la Comunicación humana. Y es que, a pesar de que en ocasiones queramos dejar de transmitir mensajes de forma consciente a las personas que tenemos cerca, cualquier comportamiento tiene una función comunicativa (el silencio, los gestos, la posición corporal y un largo etcétera).

Algunos factores como mi relación con la o las personas con las que me quiero comunicar, el rango, poder y privilegios que tenga frente a la otra u otras personas; el contexto, mis experiencias pasadas, mis creencias y cultura influyen en la manera que tengo de comunicarme. Si nos paramos a reflexionar, es en la socialización donde aprendemos el lenguaje (verbal y no verbal) y toda la estructura simbólica de significados que lo configuran. A su vez éste, es el vehículo del pensamiento y una de las piezas centrales en la comunicación. Por lo que comprender cómo ha sido mi proceso de crecimiento y mis vínculos tempranos serán herramientas muy valiosas a la hora de mejorar nuestra forma de comunicarnos.

Debido a todo lo anterior, comunicarse de forma eficiente es una labor tremendamente compleja, ya que requiere de una serie de competencias y conocimientos que no nos suelen enseñar en ninguna institución. Se aprende haciendo, sintiendo y escuchando.

En lo performativo de encontrarnos con otras personas surgen algunas de esas habilidades comunicativas, pero no de forma “espontánea”, sino que hemos de tener la suficiente apertura para que el aprendizaje se produzca. Apertura a nosotras/os mismas/os y a los demás. Se hace imprescindible en todo ejercicio de comunicación conectar con lo que sentimos, necesitamos y con lo que está ocurriendo en esa situación en la que vamos a comunicarnos. Algo que parece simple pero que muchas veces no es, debido a las heridas de la infancia, la experiencia de sucesos traumáticos, la socialización, las distorsiones cognitivas o sencillamente por la falta de autoconocimiento.  Variables que a su vez pueden impedir que “leamos” correctamente a quién o quiénes nos acompañen.

Nos referimos posiblemente a uno de los ejercicios más trascendentales que llevamos a cabo de forma cotidiana. Si echamos la vista atrás, no hay apenas un recuerdo, vivencia o emoción que no esté envuelta en interacciones con otras personas. Nos despedimos, encontramos, discutimos, mantenemos relaciones sexuales (o no), hacemos humor y creamos, comunicando. Es tan importante que se convierte no sólo en la herramienta central del proceso terapéutico sino también en un elemento fundamental para trabajar en terapia. Ya que, desde la intención y el conocimiento, logramos comprender y disfrutar más de nuestras relaciones e incluso, de nosotras/os mismas/os.

Julia Rodríguez Alonso
Psicóloga social y sanitaria. Colegiada M-35472 en el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid.

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