Existe una especie de doble realidad a la que como terapeutas y personas (amigas, vecinas, hijas, madres, parejas, primas, tías, sobrinas, nietas…), nos enfrentamos cada año. Se asoma una época en la que se espera que tengas la agenda llena de cenas de empresa, encuentros familiares, cañas con amigas/os y un palet de abundancia en forma de espumillón y regalos. Donde lo que marca la diferencia de si querrías hibernar hasta el 7 de enero o ponerte un jersey de renos a lo «Love Actually» es tu situación económica/laboral, la familia que te ha tocado y tu red de apoyo social.
El impacto de la situación económica y laboral en tu salud mental se merece uno (o varios) post de forma exclusiva; pero como te puedes imaginar, si estás en paro, de baja por enfermedad, en un trabajo con mal ambiente laboral, eres autónoma, becaria, estudiante o simplemente no llegas a fin de mes por la razón que sea… la exigencia social en torno al consumo igual te está sentando como una patada en el bazo.
Son fechas en las que se ensalza la familia; si no es funcional, viven lejos de ti, ha fallecido alguna persona significativa o te encuentras en situación de soledad no deseada; ponte el cinturón porque vienen curvas, salvo que hayas construido una familia «alternativa» (o una familia entendida como las personas que te cuidan y acompañan durante todo el año, no las que llevan apellidos en común) en la que cobijarte, que hará más llevadera tu realidad familiar.
Bajo la creencia de «la familia es lo primero», en estas fechas existe una enorme presión por que parezca que esas personas consanguíneas tuyas encajen en tu forma de ver el mundo, sean tus confidentes o sencillamente puedas convivir con ellas sin salir malherida/o en el intento.
La cuestión es que en algunos casos reunirse con la familia puede ser algo agradable, mientras que en otros muchos la llegada de las fiestas navideñas supone sentir el sonido del timbre que anuncia un «recreo» que nunca llegará; en el que te sentarás en algún lugar recóndito esperando pasar desapercibida/o, luchando porque ésta vez transcurra más rápido que el anterior.
Recordarte, que no tienes que «aguantar» ni sostener situaciones que te causen malestar por parecer «normal» o hacer feliz a tu tío Antonio. No existe ningún título político, de sangre ni justificación alguna que sea suficiente para permitir que tengas que exponerte a situaciones desagradables o violentas por qué sí (desafortunadamente ya las vivirás de manera fortuita por el simple hecho de pertenecer a esta sociedad).
Los comentarios cuestionando tu identidad o las de las personas a las que quieres, la homofobia, el racismo, el machismo o el capacitismo entre otros muchos tipos de discriminaciones, siguen siendo violencia aunque provengan de un miembro de tu familia. No tienes por qué ser pedagógica cada Nochebuena, compasiva en la comida de Navidad, ni contener un conflicto que lleva más tiempo cocinándose que el caldo que te vas a tomar de primero.
Proponemos que hagas un balance entre lo que necesitas, sientes, y puedes permitirte a nivel de salud mental; y el peso de la tradición. Un costes/beneficios conectándote con lo que realmente harías en estas fechas si fueras totalmente libre. Date la posibilidad de elegir cómo quieres terminar el año.
Poner límites, detectar patrones dañinos y conocerte ayudará a que estas fechas puedan ser menos dolorosas que otros años. Y si no sabes cómo hacerlo, estamos aquí para recordarte que no estás sola/o y que lo que sientes también lo están experimentando muchas otras personas.
Desde La Higuera Psicología te mandamos un abrazo y deseamos que sea cual sea tu situación, puedas compartir ratitos con las personas que te hacen sentir en casa estas fiestas.